Hay
un tipo de liderazgo que llama la atención, sea adrede o no, es el narcisista. En
la era post-carismática del liderazgo, donde la autenticidad genuina y la
efectividad sostenida son más generativas de influencia que nunca, conseguirse
con modelos de liderazgo con ínfulas de excentricidad desmesurada produce
cierta intriga. En liderazgo narcisista normalmente gravita alrededor de un
esquema estridente con pretensión de atraer atención desmesurada hacia propósitos
individualistas. La concentración de poder nutre sus aspiraciones; y usualmente
facilita tanto la tergiversación de las motivaciones como las condiciones
esenciales del corazón del líder.
Según
el autor Naim, la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos ha
desarrollado criterios para diagnosticar el narcisismo patológico. Lo llama
“Desorden de Personalidad Narcisista” (DPN) y, según las investigaciones, las
personas que lo padecen se caracterizan por su persistente megalomanía, la
excesiva necesidad de ser admirados y su falta de empatía. También evidencian
una gran arrogancia, sentimientos de superioridad y conductas orientadas a la
obtención del poder. Sufren de egos muy frágiles, no toleran las críticas y
tienden a despreciar a los demás para así reafirmarse.
El
mismo autor Naim comenta que de acuerdo al manual de la organización de
psiquiatras estadounidenses, quienes sufren de DPN tienen todos o la mayoría de
estos síntomas:
1. Sentimientos megalómanos, y expectativas de que se
reconozca su superioridad.
3. Percepción de ser único(a), superior y formar parte
de grupos e instituciones de alto status.
4. Constante necesidad de admiración por parte de los
demás.
5. Convicción de tener el derecho de ser tratado(a) de
manera especial y con obediencia por los demás.
6. Propensión a explotar a otros y aprovecharse de
ellos para obtener beneficios personales.
7. Incapacidad de empatizar con los sentimientos,
deseos y necesidades de los demás.
8. Intensa envidia de los demás y convicción de que los
demás son igualmente envidiosos respecto a él (ella).
9. Propensión a comportarse de manera pomposa y
arrogante.
Todas estas características
anteriores se concentran para poner en tela de juicio la disyuntiva de si el
liderazgo para ser moral y efectivo ha de estar centrado en la gente, en el líder,
o en un sitial de balance intermedio. Por otra parte, el asunto no se trata de desestimar
el valor de la identidad y la autoestima; sino más bien de afirmar el adecuado
concepto de sí mismo en optima mesura, no más alto, no más bajo. Si bien la perfección
no existe en ningún perfil de liderazgo, es el desequilibrio en esta sintomatología
la que pudiese llevar a un modelo de liderazgo egocéntrico, difícil de sostener
con efectividad, y hasta peligroso. Al transitar hacia el otro lado del
continuum (alejándose del narcisismo) es posible conseguir en algún punto la humildad
como atributo valioso, la que precisa no de dejar de pensar en uno mismo, sino más
bien demostrar la disposición de pensar menos tiempo en uno mismo. Este
atributo contrapuesto al narcisismo facilita el encontrarse con la fabulosa
realidad de que existen, aparte del líder mismo, otros seres de gran valía
también a su alrededor y que en la medida que se enfoque la gestión de liderazgo
a servirle a ellos, a empoderarles, a hablarles y tratarles dignamente, a
ayudarles a tomar consciencia de lo significativo y a inspirarles a actuar con
significado, en esa medida el liderazgo estará siendo apalancado sobre el
sentido humano común y hacia la esperanza futura.
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